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Viaje al Marruecos de hace una década

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En tiempos en los que la islamofobia está presente, por desgracia, quisiera aportar mi granito de arena en contra, contando mis experiencias en mi viaje al Marruecos de hace una década y cómo este país y sus gentes me acogieron como uno más.

Acompañado del álbum The Pipes Of Pan At Joujouka grabado por el gran Brian Jones (miembro fundador de los Rolling Stones) durante su estancia en Marruecos, comenzaba una serie de cuatro viajes a éste país entre los años 2009 y 2010.

Tuve la suerte de conocer Tánger, a donde volaba después de tener que hacer parada en Madrid desde Gran Canaria. Viajaba con mi hermano gemelo, ambos acérrimos culés, lo primero que me impresionó fue cómo un policía de la aduana del aeropuerto de Tánger, fue muy simpático al ver que mi hermano llevaba una camiseta del FC Barcelona, tras un “Ah! Barça!! Muy bien!” nos indicó el camino hacia la recogida de equipajes y salida.

Lo primero que hicimos al llegar fue dirigirnos hacia la ciudad de Tetúan, la ciudad más próxima a donde mi padre vivía. Tetúan es una gran ciudad, repleta de tiendas que recuerdan a la España de los primeros episodios de “Cuéntame”. Allí conocimos a Rashid, un guía callejero que accedió gratamente a enseñarnos la ciudad, incluso sitios a los que los turistas no suelen ir, como el taller de pieles, donde es imposible pasar sin taparse la nariz.

Pocos días después pudimos ir al mercadillo de un lugar llamado Martil, donde todo es natural y del día. Contrariamente al pensamiento general de que los marroquíes son peseteros, todos los vendedores del mercadillo fueron muy amables y honestos. Recuerdo al señor del puesto donde vendían pescado, mi padre pidió un par de sepias, (choco en Canarias), señaló a unos que tenía en el mostrador y el vendedor dijo “Jorge! Yo a ti no te vendo ese, no es fresco. Es de ayer, yo sólo le echo agua y hielo por encima y parece fresco del día Para ti tengo este que si es de hoy!”. Acto seguido, sacó calamares frescos del día de una nevera improvisada de debajo del mostrador.

Marruecos es un gran sitio, donde mucha gente habla español y habla de España como un gran país, al cual adoran y quieren como vecinos.

Conocí en mi último viaje en el verano de 2010 a una familia que nos invitó a mi, mi hermano, mi padre y mi madrastra a comer a su casa como si fuéramos amigos de toda la vida. Fue un gran día y fueron muy hospitalarios. Prepararon un gran cuenco de couscous con almendras, pollo y especias, sin duda el mejor que he comido nunca. La madre de toda esa familia, era una señora de unos 80 años. Recordaba vagamente episodios de la época franquista e historias de cuando el norte era territorio español.

Viajé por muchos sitios, Tánger, Cabo Negro, M’diq (El Rincón), Chefchauen, el Atlas, Fnideq (Castillejos), Tetúan, Rabat, etc. En todos esos sitios conocí a mucha gente, muchos además con familiares españoles. Vi tiendas en las que de forma inesperada encontré productos españoles, y no generales, productos típicos de regiones de España, como aceitunas aragonesas o mojo canario.

Siguiendo con la comida, el mejor pan fresco que he probado y que más tiempo se ha conservado ha sido en Marruecos. Si venis por aquí no dejéis de probar uno de mis platos preferidos, el tajine. La definición de tajine sería “Un recipiente para cocinar fabricado en barro cocido, y compuesto por un plato hondo y una tapa de forma cónica. Además de al recipiente, también se llama tajine al guiso que se prepara en él.”

El pescado es muy popular también, puedes ver vendedores tanto en mercados como a pie de calle.

Un pescador me decía que Marruecos tiene un gran banco de pescado, tanto tanto que parece que el pescado nunca se va a acabar.

Marruecos tiene negocios que ya a penas se ven, barberías a la antigua, mercerías, carpinteros, tejedores, etc. Sin olvidar los zocos. Unas interminables calles llenas de pequeños comercios, cada comercio sin tener nada que ver con el vecino, calles llenas de personas, niños, adultos, animales, etc. Personas ataviadas con túnicas, babuchas y taqiyahs, unas vistas y parajes que nada tienen que envidiar.

Este viaje para mi fue una gran experiencia tanto personal como espiritual. Fue un país que me ayudó mucho a crecer como persona.

Una vez te dejas enamorar del país, sientes una necesidad de volver, te invade un sentimiento de que le debes algo a Marruecos, aunque sea una visita más. Es una especie de magia que te invade desde que aterrizas hasta que despegas. Nostálgia, pasando por una emoción, una sensación de libertad cuando el viento te envuelve en las montañas del Atlas o las cuevas en Tánger, donde según la mitología griega, Hércules pasó para completar su undécimo trabajo.

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